En algún momento, todos enfrentamos la necesidad de poner fin a ciertas relaciones o etapas de nuestra vida. A menudo, esto se describe como “cerrar círculos”. Sin embargo, pensar en la vida en términos de círculos puede ser engañoso, ya que sugiere un ciclo interminable, un eterno retorno que nunca nos permite avanzar.
En lugar de concebir nuestras experiencias como círculos que se cierran, es más útil imaginar la vida como una línea continua, un camino en el que cada paso nos lleva hacia adelante. A lo largo de este camino, encontramos personas y situaciones que marcan capítulos significativos. Algunas de estas personas permanecen con nosotros, mientras que otras están destinadas a cruzarse con nuestra vida solo temporalmente.
Es fundamental reconocer cuándo es el momento de dejar atrás a quienes no están dispuestos a quedarse. Aquellos que no aportan esfuerzo ni compromiso a la relación, a menudo nos hacen invertir tiempo y emociones sin reciprocidad. Soltar a estas personas requiere coraje, pero lejos de considerarlo un final, debemos entenderlo como el inicio de algo nuevo y mejor.
Este acto de dejar ir es una señal de crecimiento y fortaleza. Nos libera de cargas innecesarias y abre espacio para nuevas oportunidades y relaciones más saludables. Al avanzar por la línea de nuestra vida, cada adiós nos enseña algo valioso y nos prepara para recibir lo que verdaderamente merecemos.
En definitiva, avanzar y dejar ir no significa que olvidemos nuestras experiencias pasadas, sino que las integramos en nuestro viaje personal, aprendiendo de ellas y utilizando ese aprendizaje para construir un futuro más pleno y auténtico.
Revisado por Jose Luis Vaquero.