Tu llegada a mi vida fue como un hechizo, una pócima mágica que me transportó a un universo de sueños y fantasías. Tus ojos, como dos pozos profundos, me atraparon en su misterio y me hicieron perder la razón. Tu sonrisa, una melodía celestial que hechizó mi corazón y me llenó de una felicidad radiante.
La llama que se encendió en mi corazón al conocerte aún no se ha apagado, pero ahora arde con una intensidad inestable, como una fogata a punto de extinguirse. Tus palabras hirientes, como dagas que atraviesan mi alma, han dejado cicatrices profundas en mi corazón.
Las experiencias compartidas, a pesar de la amargura que ahora las impregna, han tejido un vínculo irrompible entre nosotros, una cadena que nos une incluso en la distancia. Tus secretos, que antes susurraba con ternura, ahora son un peso que me oprime el pecho.
Este amor que siento por ti es como un torbellino de emociones contradictorias, una batalla entre la pasión y el rencor. No hay cura para este mal, ni consuelo que pueda aliviar la pena de tu ausencia. Tu recuerdo es como un fantasma que me persigue, una sombra que me recuerda la belleza y la crueldad de lo que compartimos.
No sé qué nos depara el futuro, pero estoy seguro de que mi camino estará marcado por tu recuerdo. Eres una de esas personas inolvidables, un ángel que me tocó con sus alas, pero que también me hirió con sus espinas.
El amor que te tengo es un enigma, una mezcla de miel y hiel que me llena de confusión. Aunque no haya cura para este dolor, estoy decidido a encontrar la paz en mi interior, a aceptar la dualidad de tu esencia y a seguir adelante con mi vida.
Tu presencia en mi vida ha sido un regalo agridulce, una experiencia que me ha transformado para siempre. Eres una persona que nunca olvidaré, ni en la alegría, ni en la tristeza, porque me has llenado de experiencias que recordaré.
Revisado por Jose luis Vaquero